Las casas pasivas, también llamadas Passivhaus, surgen en los 80 en Estados Unidos y Canadá. Se trata de construcciones ecosustentables con un consumo de energía mínimo que utilizan recursos de la arquitectura bioclimática para sostenerse. Tienen como objetivo ser confortables, a la vez que eficientes y con un consumo energético nulo. La casa tan sólo consume la energía propia que genera.
El diseño y la construcción de estas casas giran en torno al clima, las formas de climatización y los usos de los propietarios. Reducen al mínimo el uso convencional de las formas de calefacción o refrigeración y utilizan como sustituto a estas la luz del sol, las condiciones climáticas y la radiación del terreno donde se construye.
A la hora de construir, se tienen en cuenta factores como la humedad, la temperatura, el viento y el impacto solar que la construcción recibe. A partir de ellos, se generan diferentes modelos de construcción para optimizar el consumo energético según cada uno: no es igual si la casa se encuentra cerca del mar o en la montaña, en un clima extremadamente seco o muy frío, con nieve o lluvias constantes.
La primera Passivhaus se construye en 1991 por el pionero Dr. Wolfgang Feist en Alemania. Se cumplen 28 años desde que este físico y astrónomo alemán decidió construir su vivienda como una casa pasiva. Se trata de un hito en la arquitectura eficiente y logra reformar el marco normativo en Europa, donde desde el 2018 los edificios públicos deben ser de consumo nulo y, a partir del 31 de diciembre del 2020, este reglamento regirá también para construcciones privadas.
Además, este tipo de construcciones no sólo ayudan a cuidar al medioambiente, sino que también son un alivio para el bolsillo de los propietarios que las adquieren o construyen. Las demandas de calefacción o refrigeración disminuyen en un 70% y eso genera un gasto muchísimo menor de dinero en expensas.

Crédito: Dru Bloomfield para Foter.
Las casas pasivas combinan diferentes elementos para lograr esta eficiencia como la ventilación, el uso de materiales naturales y aislantes, la disposición de paneles solares, el aislamiento o la hermeticidad. Incluso, la orientación de la casa y sus colores son tenidos en cuenta en función del ahorro energético. Cuando una casa está mal aislada se pierde casi un 30% más de energía.
La calidad del ambiente interior es uno de los objetivos más importantes del uso de las casas pasivas, por este motivo estas viviendas constan de un sistema de ventilación mecánico compuesto por dos redes de aire: uno que se encarga de renovar el aire y el otro de extraerlo. Permite la circulación de aire renovado y la extracción hacia el exterior del aire viciado. Este mecanismo funciona las 24 horas del día lo que garantiza que las casas pasivas sean propiedades mejor ventiladas que las tradicionales.
Para que la casa pasiva sea una casa eficiente energéticamente utilizan un intercambiador de calor que se encuentra en el sistema de ventilación mecánico. Este mecanismo se utiliza para transmitir el calor del aire que está siendo extraído de la casa al aire nuevo que está entrando y en verano al contrario.
Para las casas pasivas el confort es un imperativo que se da a partir de la calidad del aire por su ventilación, las temperaturas internas que se generan y el alto nivel de aislamiento acústico por los materiales con los que se construyen.
Argentina tiene uno de los promedios más elevados de consumo de electricidad en Latinoamérica, según el Banco Mundial se consumen 3053 kW/h de electricidad por persona. A pesar de que existe legislación argentina en torno a la cuestión de ahorro energético, como la ley 27.424 de Régimen de fomento a la Generación Distribuida de Energía Renovable, todavía el país se encuentra lejos de la producción masiva de construcciones ecosustentables.
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Crédito imagen principal: Green Energy Futures para Foter.
Por: Lucía Benavente